La forma en que comemos no siempre se rige por el hambre física. Existe un profundo y complejo vínculo conocido como el eje intestino-cerebro, donde nuestras emociones, el estrés y nuestros patrones de pensamiento tienen un control sorprendente sobre nuestras elecciones alimenticias. Aquí es donde la Nutrición Emocional cobra protagonismo.
La nutrición emocional es la práctica de utilizar los alimentos no para satisfacer una necesidad fisiológica, sino para regular un estado de ánimo. ¿Quién no ha buscado un "alimento de confort" ante la tristeza, el aburrimiento o el estrés? Esta conducta es un mecanismo de afrontamiento aprendido, donde el cerebro asocia ciertos sabores o texturas con una recompensa o un alivio temporal.
El impacto de esta conexión va en doble sentido. Por un lado, una alimentación desequilibrada, rica en ultra procesados y azúcares refinados, puede aumentar la inflamación y afectar la producción de neurotransmisores clave (como la serotonina, que en su mayoría se produce en el intestino), lo cual se ha asociado con un mayor riesgo de síntomas depresivos o ansiedad. La calidad de lo que comes influye directamente en tu bienestar mental.
Por otro lado, la mente influye en la elección. El estrés crónico libera cortisol, una hormona que puede intensificar los antojos de alimentos ricos en grasa y azúcar, ya que el cuerpo busca energía rápida para una supuesta "amenaza".
Para cultivar una relación más consciente con la comida, es vital practicar el autocuidado y la atención plena. Antes de abrir la despensa por impulso, pregúntate: "¿Tengo hambre física o estoy sintiendo aburrimiento, soledad, o estrés?". Aprender a identificar estas señales y a gestionar las emociones con herramientas que no sean la comida (como la respiración, el ejercicio o una conversación) es fundamental para romper el ciclo de la ingesta impulsiva y construir una nutrición que realmente nutra tanto el cuerpo como la mente.