Incluir frutas, verduras o proteínas en tu día a día es un gran paso. Pero si aún así no ves resultados o te sientes estancado, puede que estés ignorando tres factores que, silenciosamente, sabotean incluso las mejores intenciones nutricionales.
1. Moverse es tan importante como comer bien
Una alimentación balanceada pierde impacto si tu cuerpo pasa la mayor parte del día en reposo. El sedentarismo no solo enlentece tu metabolismo: también altera la digestión, la circulación y hasta tu estado de ánimo.
Y lo peor es que pasa desapercibido: estar horas frente a una pantalla, sin pausas reales, crea un efecto acumulativo en tu salud.
Pequeñas acciones, grandes cambios: levántate cada hora, sube escaleras, camina mientras hablas por teléfono. Tu cuerpo necesita moverse para que todo lo que comes cumpla su propósito.
2. La deshidratación disfrazada de hambre
No sentir sed no significa estar hidratado. Muchas veces, el cansancio, la ansiedad o los antojos tienen una causa simple: falta de agua. Cuando el cuerpo está deshidratado, lo manifiesta con fatiga, hinchazón o incluso más apetito.
Tu mejor aliado es lo más simple: agua natural. Lleva una botella contigo, prioriza 6 a 8 vasos al día, y recuerda: ni el café ni los refrescos cuentan. La hidratación es parte esencial de cualquier plan nutricional funcional.
3. El tamaño del plato engaña a tu cerebro
Podrías estar comiendo sano, pero en cantidades excesivas sin darte cuenta. Los platos grandes invitan a servir más, y tu cerebro interpreta ese “más” como normal. Esta trampa visual es una de las causas más comunes de estancamiento, incluso en personas muy disciplinadas.
El truco está en redimensionar: elige platos más pequeños, mastica con calma y escucha tus señales internas. Muchas veces, basta una porción más moderada para sentirse satisfecho sin sentirse pesado.