El estrés y el apetito: dos respuestas comunes
20 diciembre, 2024 por
L. P. Viridiana Gómez
A pesar de que el cortisol cumple con múltiples funciones, se le conoce ampliamente como hormona del estrés debido a que sus niveles se incrementan en respuesta a una presión alta o a una ansiedad alta. Provoca hambre, acumulación de grasa y reducción del flujo sanguíneo en las áreas cerebrales que controlan el consumo de alimentos.

El estrés activa la respuesta de lucha o huida en el cuerpo, lo que puede influir en las señales de hambre. En ciertas situaciones, el estrés puede incrementar el hambre a causa de la emisión de la hormona cortisol y este incremento en el cortisol puede provocar un aumento en la necesidad de alimentos ricos en grasas y azúcares. Lo anterior se vincula con el anhelo de hallar alivio en la comida, a pesar de no existir una auténtica necesidad biológica de nutrirse.

No obstante, en algunas situaciones, el estrés persistente puede disminuir el apetito dado que el organismo se encuentra en un estado de alerta y da prioridad a otras funciones, lo cual incide en la percepción de hambre.

En general, hay dos formas principales en que el estrés afecta el comportamiento alimentario:

a) Aumento del apetito
El estrés persistente puede estimular el sistema de gratificación cerebral, provocando que las personas busquen alimentos que brinden una sensación instantánea de alivio o disfrute. Este suceso se denomina "hambre emocional" y se presenta frecuentemente cuando el organismo siente que requiere una "recompensa" para manejar el estrés o la ansiedad. Los alimentos que suelen ser buscados son aquellos con alto contenido de azúcares y grasas, tales como los dulces, la comida rápida y los aperitivos. Estas alternativas culinarias suelen ser consoladoras a corto plazo, pero pueden acarrear problemas de salud a largo plazo.

b) Pérdida de apetito

Por otro lado, existen individuos que sufren una disminución del apetito debido al estrés, particularmente cuando se encuentran con circunstancias prolongadas de ansiedad. La ansiedad, el temor o la inquietud persistente pueden provocar que el sistema nervioso se encuentre en un estado de "alerta", lo que puede disminuir de manera temporal el anhelo de alimentarse. En estas situaciones, el organismo da prioridad a otras funciones como la atención y el ejercicio por encima del proceso digestivo, lo que puede disminuir el hambre y la demanda de alimentos.

Este comportamiento es habitual en circunstancias de estrés persistente donde el apetito se reduce y los individuos pueden llegar a desatender el alimento, también puede causar una reducción del deseo o interés por la comida, lo que resulta en una ingesta deficiente de alimentos. 


Estrategias para gestionar el estrés y el apetito

 Establecer rutinas.
 Terapia psicológica.
 Practicar técnicas de relajación.
  Ejercicio físico.
 Comer de forma consciente (mindful eating).

El estrés influye de manera considerable en el apetito. Las reacciones individuales difieren, pero la administración del estrés es fundamental para preservar un balance sano en los patrones de alimentación. No dudes en acercarte con tu especialista en Terapia de Apoyo dentro de los espacios clínicos que tienes en VIME para poder mejorar tu tratamiento o para encontrar técnicas que te favorezcan en tu plan.
 
 
L. P. Viridiana Gómez 20 diciembre, 2024
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